Relatos

Tocados por los dioses

La acción de escribir siempre ha estado ahí.

Hay quienes se sientan con papel y lápiz en mano a crear mundos, líneas y futuros. Yo no soy una de esas personas. Lo que estuvo y lo que viene es la recopilación de años de textos que de alguna forma u otra han vuelto a vivir o morir.

Sin darme cuenta a lo largo de varios años he creado un monstruo que hasta hace relativamente poco me he decido a encarar. No escribo largo, jamás lo he hecho pero entre fragmentos de personajes sin nombre, lugares mágicos y realidades torcidas por la magia de lo cotidiano he creado lo que los gringos llaman: universo.

Yo simplemente no le llamo, sólo se que ya no es un monstruo oculto bajo mi cama. Pero los nombres importan. Nombramos aquello que amamos y odiamos, todo necesita un nombre. Así qué haciendo de tripas corazón he elegido un nombre.

Tocados por los dioses.

No es la gran cosa y alguno ya lo habrá escuchado antes, pero es lo que creo adecuado. No quiero explicar los motivos porque si lo he hecho bien ustedes los averiguarán por su cuenta si me acompañan en la aventura de recopilar todo aquello que he creado en los buenos y malos días de los últimos… bueno bastantes años.

Podría empezar esta serie de entradas con un relato fuerte, grande y de esos que la gente considerada atractivos. Pero la verdad es que no me da la gana. Quiero empezarlo por esos fragmentos que me hicieron darme cuenta de qué tal vez si que había algo aquí que podía llevar más allá si no fuera tan cobarde para terminarlo.

Y aunque aún sigo siéndolo, por algún lado se debe empezar a dejar de serlo. Así que para empezar este montón de cosas sin aciertos y con mucho desorden voy a comenzar con los fragmentos de vida de Alex Valdez. El primer personaje con nombre y apellido, con su historia que me hizo poder darle cierto orden al resto.

En el blog ya hay dos cosas donde el es protagonista en su juventud cuando aún no encontrabas su camino: Tetonalli y Deseo tu corazón . Hoy les dejo otro fragmento de su vida. Uno sin nombre, uno que es solo un instante donde se pregunta a donde llevará la obscuridad. (Y que es el punto intermedio entre los relatos anteriores)

Ha muerto papá

Corres como si te llevara el diablo, con los ojos rojos y lágrimas colgando de las pestañas. Aterrada ante la posibilidad de estar volviéndote loca. Gritas: «¡Callate!¡Callate!¡por favor!¡No! ¡Tu no!» pero la voz no hace caso, sigue murmurando que debes parar que te harás daño. No entiende que es su sonido lo que te desgarra el alma. 

Levantas el polvo a tu paso, los magueyes te rozan los brazos con sus púas al pasar entre ellos sin cuidado. Caes al suelo antes de alcanzar el final del plantío. La opresión en tu pecho explota y gritas acurrucándote contra el tronco del mezquite caído donde el abuelo y tú solían sentarse a comer naranjas y ver las nubes pasar. 

«No estás aquí. Estás vivo. ¡Vivo! ¡Callate! ¡Callate!» repites una y otra vez con la voz ahogada en desesperación y terror. Tu llanto es arrastrado por los vientos. Sientes como unas manos ásperas te acarician la frente húmeda por tu sudor, es tu abuela quien acunandote entre sus brazos murmura «Alejandra, tetonalli…», seguido de palabras cargadas con preocupación y amor.

Te aferras a las ropas de la anciana, ahogando los gemidos en su pecho. Suavemente acaricia tus cabellos. Tu llanto no cesa y la voz se ha convertido en un torbellino de sonidos que no puedes controlar, sientes el pecho de tu abuela vibrar cuando comienza a cantar «Me gusta el vino tanto como las flores y los amantes pero no los señores. Me encanta ser amigo de los ladrones…».

Dejas que la melodía rasposa te envuelva y las lágrimas fluyan llevandose tu realidad. Te concentras en ella intentando olvidar los susurros de ese hombre que te han hecho llorar. Ese que sigue ahí en tu cabeza suplicando perdón por herirte así, por dejarte sin decir adiós. 

Cuando logras contener el llanto y encontrar tu propia voz, en un gemido quebrado  expresas por fin lo que te quieres negar: «Lo estoy escuchando, abue. Está aquí dentro, con los demás». Te golpeas la cabeza con los puños cerrados, en tu rostro se refleja el desasosiego mezclado con desesperación. Duele verte. 

Levantas la vista para mirar la cara de tu abuela, una lágrima solitaria resbala por su mejilla. Lentamente se ponen de pie, cargando el peso de tus palabras sobre los hombros. A lo lejos el teléfono de la casa grande suena. Es tu madre quien llama para avisar que ha muerto papá. 

Con los años, aun no lo sabes, pero esa sensación de horror al escuchar una nueva voz se volverá frustración. Aprenderás a aceptar la muerte y que ya no los volverás a ver, ni sentir sus abrazos o sus besos en tus cabellos pero te acompañarán por siempre. Tan cerca y tan lejos.

El tiempo te ayudará a vivir cargando a tus muertos y sus voces. Allá a donde vayas, estarán a tu alrededor. A veces tú misma sentirás que eres un tetonalli esperando el momento de reunirte con los demás…

Deja un comentario