Las viejitas

Some Southernly slurred snide snark

Sing softly your song set snark to the side
Stop seeming so set to start stinging
Stop Southernly slurring sad stuff so snide
Sir shall serenade what you are slinging

All are already acutely aware
Amazed, astounded, astonished and awed
Ask anyone, awaiting your words like air
Avid, assuming you for an award.

Taking the terrible teasers to task
Tarnishing trust to tell tempting tall tales
When time after time I’m telling your ask
Talking truth to thee that you rarely fail

After all that you seem to put me through
You must be damn good ‘cause I still read you

Las viejitas

Espejos y Mascaras

Estaba cansado y harto de su nombre, de su pasado y de su futuro. De su mismo presente. Caminó en silencio.
Debía aparentar ser lo que todos querían creer que era, todo aquello que formaba a un verdadero héroe: coraje, valor, destreza, fuerza…
Debía pero, ¿podía? Suspiró. Sí, tenía que hacerles creer que no tenía miedo, que estaba seguro de ganar la batalla. Tenía que hacérselo pensar a los demás para así, pensarlo él también.
Muchas veces, nos inventamos personalidades que aparentar.
Aparentamos ser fuertes cuando en realidad, por dentro, estamos muriendo en un mar en llamas y lagrimas, aparentamos ser decididos cuando en realidad, estamos carcomidos de dudas e inseguridades.
Aparentamos valor, a pesar de que el miedo nos invada y atrofie nuestra cordura, aparentamos indiferencia, aunque ello signifique nuestra vida y nos cree un nudo en la garganta que impide respirar.
Damos una imagen al espejo, que no es la verdadera. Solo le damos la vuelta y nos colocamos la careta, una máscara llena de adornos y brillantina .
Demasiadas máscaras invadían el mundo, demasiadas lo invaden.
¿Por qué no decir simplemente lo que sentimos? ¿La verdad? Eso haría todo más fácil pero no, aguantamos nuestra carga, nuestro disfraz falso de persona.
Miramos desafiantes a ese espejo que nos revela nuestro exterior, ¿Qué importa que por dentro estemos muertos? ¿Qué importa? Si nadie lo sabe…si nadie lo ve.
Miramos al espejo del exterior, ¿Acaso no existe aquel que nos enseñe el alma? ¿Aquel que en realidad demuestre quiénes somos?
Todo sería muy fácil…Todo, muy fácil, si hablamos con la verdad, y rompiéramos todos los espejos.
Las viejitas

Psiquiátrico

Publicado originalmente aquí por mi 

Esa cantinela de nuevo, de donde salía no tenía la mas mínima idea pero siempre estaba ahí sofocándola haciéndola sentir impotente, impertinente cancioncilla infantil que retumbaba en las paredes de su cráneo cubierto de cabello espeso del color de la brea.
Hacía cuanto tiempo que estaba en ese lugar de blancas paredes , donde todo olía a cloro y medicina, donde cada día a las siete de la noche pasaba el enfermero en turno en su ronda abriendo su puerta y apuntando hacia ella con esa lámpara de luz amarillenta.
Una vez al mes le dejaban ver el sol, la sacaban al jardín interior y esa vez al mes les veía a todos aquellos que estaban en su pabellón siempre separados por blancas paredes. Una vez al mes el sol tostaba su blanca piel y le hería los ojos marrones acostumbrados a la penumbra. Y ese día ella era feliz, porque al volver a su cama, al ser atada con firmes correas de cuero al hierro frío,  le sentía.

Sentía como ese dolor, ese calor se extendía desde sus muñecas hasta el centro de su ser, como ese dolor no le provocaba sufrimiento, como esa firmesa (¿?) le sentaba como una caricia . Como ese rose de su piel contra el cuero marrón le provocaba escalofríos de placer.

Le sentía revivir en sus entrañas, le sentía al arquear su espalda y moverse tironeando las correas  para le sangraran la piel y llegaran a sedarle con ese liquido que corroía sus venas provocándole una sensación de quemazón bajo la piel que tanto le gustaba, mientras le curaban con alcoholes y agua oxigenada las heridas, le recordaba incesante e insistentemente en su memoria.
Y el dolor, le producía es placer que la hacía dormir como un bebé.
Y todos sabían porque estaba ahí , eran días difíciles, días obscuros , días cuando la perversión era una enfermedad, días en los que el dolor no debía producir placer sino temor. Eran de esos días en los que ella fingía demencia para ser encerrada donde mas placer encontraría.
Días donde dentro de esos lugares de paredes altas y blancas aun se torturaba para curar, sin ponerse a pensar que tal vez ella que se arqueaba de éxtasis al sentir el dolor, no estaba enferma y no se curaría , pues su remedio era su locura.
Su tratamiento plagado de dolor era su propio delirio de pasión