Relatos

Recetas Mágicas II | Para sentirte en casa

Hijole amigos la receta de este mes estuvo bien difícil, quedo un poco menos relato y um poco más receta. Pero es lo que hay y como sale. Además es en un hilo de ideas muy cotidiano y es algo de lo que disfruto mucho escribir. Porque en el día a día también existe la magia.

Me avisan cual de los dos formatos les gusta más si el primero o este aunque me veo venir la respuesta igual la quiero confirmar. Tengan en cuenta que aún ando descifrando como van a ser estas recetas y que unas son mas complicadas que otras pero aun así aquí voy:

Para sentirte en casa

Estás cansada, se suponía esta vez tendrías la oportunidad de recostarte hasta que comenzara a dolerte la espalda, pero no fue así. Te pesa el alma tanto como las piernas. Arrastrando los tenis desgastados por el uso diario llegas a la cocina y sólo piensas en que extrañas a tu roomie. Él siempre hacía té cuando veía que no podías más. 

Pero no están, ni él, ni la abuela, ni tu madre sólo tú rumiando en la alacena y en las manos el bote de pimienta con limón te pesa. Suspiras. Lo dejas en su lugar y rebuscas hasta dar con el achiote que ha quedado al fondo. 

Quieres recordar lo que es estar en casa. Abres la cajita para ver si aun sirve, le encajas un dedo que se hunde en la pasta rojiza y sonríes ante la textura suave y arcillosa. Antes lo comías a cucharadas y la boca te quedaba colorada. 

Bajas de la silla en que te habías subido con el pensamiento de que, si fueras vieja jamás habrías podido subirte ahí para meter la cabeza en la alacena que cuelga sobre la estufa. Una vez abajo haces un repaso mental de las cosas que necesitas. Sabes que te falta, así que tomas las llaves y sale a la calles buscando pollo en lugar de amor. 

En la carnicería sonríes al dependiente que siempre pone un extra o te cobra de menos, no te gusta pero lo aprovechas. Con la carne en  mano caminas de regreso y te detienes con en la frutería, avientas a tu bolsa un ananá, varias naranjas y dos peras que comerás después con queso fresco y vino helado. 

Llegando a casa avientas las cosas en la mesa y comienzas a partir las frutas. El jugo de la piña mancha la mesa antes de que puedas evitarlo, molesta la avientas a la licuadora y te sientes tonta por no haber comprado jugos en caja. Igual no engañas a nadie, te gusta complicarte la vida como cuando decidiste robarte las hojas del plátano del vecino para hacer tamales. 

Es en ese momento cuando estás colando la ananá que caes en la cuenta de que has olvidado donde guardaste la olla. Según tu, estará dentro de la estufa pero la última vez que abriste la puerta del horno lo único que encontraste fueron bolsas de basura y los sartenes rayados. Pero esta vez tienes un poco más de suerte y agradeces a tu yo del pasado que siga ahí: seca, limpia y lista para embadurnar con mantequilla. 

Los aromas inundando la cocina te provocan apetito, te gusta esta receta porque es fácil y sabe a casa. Es lo que tu madre sirve en las fiestas o los días fríos de invierno. Dejas caer un par de ajos a la licuadora y un trocito de cebolla, junto al menjurje de jugos y pasta roja mientras intentas no tocarte la cara. Apestar no es opción. Cuando la mezcla está lista la destapas  para oler, te encanta ese olor terroso, ligeramente picante  y dulce. 

Tarareando terminas de cortar lo que acompañará al pollo en la olla, a ti te encanta ponerle poca zanahoria y mucha papa. A tu madre le gusta más con mucho elote y brócoli, la abuela siempre recuerda los ejotes que rara vez le ponen. Hoy has decidido ponerle todo, como si estuviesen ellas ahí junto a ti hablando de la inmortalidad del cangrejo y los chismes de la vecina de enfrente. 

Cuando está todo listo, dejas caer suavemente la mezcla sobre el pollo y los vegetales, te aseguras de que impregne todo, como la lechera al pan que te comerás mientras esperas. Ese instante donde pones la tapa y enciendes el fuego siempre te ha parecido una antesala a la magia de la cocina. Donde cosas simples pueden transformarse en todo o nada si se te pasan. 

Mientras esperas envuelves las peras que has comprado, siguen verdes y no pueden comerse.  También caes en cuenta de que has olvidado ponerle sal al pollo, así que aprovechas y abres con cuidado la tapa para dejarle caer una espolvoreada felicitándote por haberlo recordado a tiempo y no cuando estuviese listo. 

Y sigues esperando, hasta que hierve tanto como tu sangre al ver la cuenta de la luz. Te gruñe la panza cuando bajas por unos bolillos para acompañar, pero al volver y encajar un tenedor en la carne sabes que está listo. ¿Qué deberías haber hecho una pasta para acompañar? Tal vez, pero no te importa. 

Al dar el primer bocado los ojos se te llenan de lágrimas que no caerán, te quemas la boca y tragas el bocado ardiente, pero eres feliz porque a pesar de que al final si le falto un poco más de sal: sabe a casa. 

1 comentario en “Recetas Mágicas II | Para sentirte en casa”

  1. No conocía esta receta pero se me hizo agua la boca al leerla (yo creo que tiene que ver que ya es la hora de la comida). Si me das a elegir entre los dos formatos, me gusta más el anterior, pero no quiere decir que este no tenga su encanto: me gusta que sea más introspectivo y los comentarios de la voz narrativa (como el de la luz) me sacaron una sonrisa. A pesar de que «quedó menos relato», la narración sí te atrapa porque, como te dije la otra vez, creo que eres muy buena para crear imágenes y atmósferas :9
    Esta receta no la voy a intentar porque tiene pollo pero se me súper antojó.

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