El año pasado le comente a Lunako, una amiga, que deseaba compartir una serie de recetas enseñadas por mi abuela -la muerta-, mi mamá y otras aprendidas por ahí acompañadas de un relato. Este formato de compartir una receta junto a un relato no es inusual, pero lo que vengo a presentar si es un poco menos común: relatar una receta. No su origen, si no su elaboración, y si puedo con mágia.
Mi meta es que solo quien lea con atención será capaz de recrear la receta en casa. Publicaré una cada día siete mes, así al final del año cuando llegue diciembre tendremos doce relatos/recetas y los compilare, mi intención es que al final todos sean ilustrados en acuarela por mi amigo Saiyuu que hace unas cosas divinas chequen.
Pero cuando eso pase si alguien quiere tenerlas lo subiré a Lektu o alguna madre así, si lo quieren ilustrado… pues ya nos ponemos de acuerdo cuando eso pase, supongo primero toca sobrevivir el año.
Para calentar el corazón
El patio estaba oscuro, era una noche sin luna. Las estrellas destellaban sobre sus figuras mientras la mujer anciana movía la cabeza al compás de una melodía inexistente, detrás de ella, una niña sonreía a las luciérnagas.
De la mano, caminaban hacia los matorrales aromáticos que crecen al fondo del patio entre piedras sueltas y tierra roja. Las observas sentado junto a una ventana. Cuando vuelven de su expedición con hierbas en mano, abren la puerta dejando entrar una ráfaga de aire frío que te atiza desde la puerta rompiendo tu calidez.
Te cuelas en la cocina detrás de ellas escuchándolas hablar. La niña pregunta a su abuela si puede comer un trozo del chocolate de mesa con que harán el brebaje de esa noche y ella sonríe mientras le parte un pedazo con la navaja que siempre carga en su delantal.
Sentado en una silla cerca de ellas, te entretienes mirando como el fuego comienza a arder bajo la olla de peltre. El color de las flamas danza del rojo al naranja pero mantiene siempre su centro azul. Escuchas el gorgoteo de la leche y te relames saboreando en la mente su sabor dulzón.
Escuchas claro como la niña recita los nombres de los ingredientes que deben dejarse caer con gracia dentro del recipiente que yace sobre el fuego sin hervir. Reconoces las hojas verdes que hacen cosquillear tu nariz cuando las machacan un poco antes de arrojarlas a la leche tibia, te gusta esa plata, retozas entre sus ramas de vez en cuando.
El aroma a esa especia picante que le sigue a la menta, hace que interpongas de nuevo entre ellas y tu la distancia que habías reducido por la curiosidad de asomar la nariz en el borde de la olla. No te gusta el olor de los giroflés y ni las varas de canela que han sacado del bote azul donde la anciana guarda hierbajos y semillas secas.
Cuando llega el mejor momento, la niña te toma en brazos y te deja sobre la mesa frente a un tazón con leche fresca. Puedes oler de cerca la esencia del chocolate amargo que le impregna los dedos con que te acaricia. Juntas, anciana y niña revuelven con una pala de madera los trozos finamente picados hasta que se deshacen.
A ti te salpica una gota de leche caliente en la nariz en el momento que comienzan a batir la mezcla, a ambas les gusta que la espuma llegue a los bordes y les queden bigotes como a ti después de beber. Al terminar, sentado en el regazo de la más joven te dan un trozo de galleta de esas que sumergen en el chocolate aromático que se han servido en tazas del tamaño de sus caras. Ronroneas. Es una noche feliz.
Pero qué preciosidad de proyecto, estoy muy enamorada de él. Me encantó el relato me dejó calientito el corazón (je) y creo CREO que sí caché toda la receta, y ahora tengo antojo, jeje (bueno, de hecho tengo antojo desde que Mauricio dijo que había hecho uno).
el que hizo mauricio no es este.. este es el que hice una vez que estuviste con nosotros en el depa jajaj :3 pero gracias raquel, al chile espero si terminarlos
¿Crees que también rife con agua? No soy fan de las bebidas lechosas.
Mta hasta cuando lo veo.., la neta no se Saúl nunca lo he intentado con agua, pero le puedes calar