Intente empezar esta entrada de muchas formas pero ninguna me parece correcta. Quería explicarle al resto mi ausencia, y como una serie de eventos me hacían pensar que el destino me estaba poniendo el pie para no poder tener tiempo de darle un minuto de mi día a este blog y a las cosas que aunque parezca que no, son un ancla con la realidad.
No logre hacerlo, ni lo haré. Me di cuenta de que no quiero hacer una entrada explicándole a otros como me siento, sobre la labor de un cuidador primario o sobre como esto se ha vuelto una misión infernal en tiempos de pandemia donde el contacto humano se ha visto reducido a cenizas.
Quiero hablarle a quien esta en el mismo lugar que yo, a esos del otro lado de la pantalla que están cansados de lidiar con el día a día, a quienes cuidan y saben lo que es perderse poco a poco en la rutina hasta que un día te levantas preguntándote cuando fue la ultima vez que viste tu reflejo en el espejo y te pusiste atención.
Cuidar a otro nos consume lentamente aunque sepamos que debemos dedicarnos tiempo para nosotros, vamos perdiendo el contacto con el exterior. Nos arriesgamos a que, cuidar, sea nuestra única actividad y la vida se nos escurra entre los dedos mientras cortamos pastillas, trabajamos y preparamos comidas a medida.
Y un día simplemente nos vemos al borde del Síndrome del Cuidador, donde creemos que nadie más puede cuidar como nosotros, que nadie más puede llevar la carga de hacerlo. Hacemos nuestro el peso que, en la mayoría de los casos, debería ser compartido. Olvidamos el significado de la palabra «descanso». Comenzamos a creer que el agotamiento es normal. Que así es vivir.
Después, si a quien cuidamos va perdiendo sus memorias al ser devoradas por el deterioro de su mente comienzan los gritos, los reclamos, el enojo constante y los platos rotos. Y cargamos con ellos, con las palabras dichas y olvidadas en un parpadeo. Se nos acumula el pesar, la división entre el querer y la ofensa. Nos pintamos un recordatorio de que no saben lo que dicen o que lo hacen sin pensar, pero la espinita se queda ahí. Se acumulan bajo la piel.
Pero por eso estoy aquí, escribiendo esto; para recordarte y recordarme que existes, que existo. Somos más que cuidadores, tenemos derecho a descansar, a reír y disfrutar cosas de la vida. Podemos leer, gritar y es valido enfadarnos por lo que vivimos, no tenemos que soportar solos los desplantes y desprecios. Los demás deben comprender y apoyar, no somos invencibles aunque podamos sentirnos como tal de vez en cuando. Es valido recibir ayuda.
Pasamos por muchas emociones en un día, debemos expresarlas y sobre todo darnos un minuto, o dos, o cinco u horas si podemos para nosotros, para hacer algo que nos llene y nos de felicidad. Debemos cuidar nuestra salud al igual que cuidamos la de quien esta a nuestro cuidado.
Necesitamos recordar que somos humanos y somos algo más que un cuidador. Debemos recordar que no estamos solos, no estas solo.
Te mando un abrazo enorme.