Live Writing, Relatos

Al regresar |Relato

El relato que leerán a continuación al igual que Terror bajo la piel, es resultado de un live writing con mi amigo Toro. El no se dedica al mundo de la escritura pero me hace segunda cuando se lo pido.

Para los que no sepan un live writing es ir escribiendo algo en tiempo real mientras otra persona (o personas) lo leen, pero yo soy masoquista y pido que aparte de leer sobre la marcha sea el lector quien decida el rumbo de la historia. ¿Cómo lo deciden? Dándome palabras que debo incorporar de alguna forma ya sea con acciones, descripciones o en forma general.

En esta ocasión Toro hizo que esto terminara como un relato mío del 2011 donde el lemon estaba a la orden del día. Enjoy. (P.D. Si está un poquito diferente a lo usual, se aceptan tomates)

Al regresar

Habían quedado de verse en el obelisco del parque, estuviste esperando a que apareciera pero no tuviste suerte. Te plantó otra vez. Pero es que tu no entiendes, siempre aplica la misma y ahí vas tu «De pendejo», dice tu mejor amigo. Y sabes que tiene razón, pero no lo puedes evitar.

Cada que aparece por la juguetería de la familia es lo mismo, un par de sonrisas y promesas sobre cómo van a recuperar el tiempo perdido por la distancia. Eres como su juguete personal, sólo que tu le saliste gratis. Aun recuerdas cuando prometieron ser amigos por siempre. Tu te lo tomaste enserio y a él se le olvidó en tres meses.

En la penumbra de tu habitación apenas distingues las fotos que cuelgan del tablero que adorna la pared, en ellas su cara sonriente se burla de ti. Sientes como el vació que provoca su abandono se asienta. La sensaciòn te es tan familiar que simplemente te abrazas a ella y esperas a que pase, lo hace, lento como la gota que cae del grifo mal cerrado de la cocina.

Pero es que eres idiota con corazón de pollo. Un ingenuo del que, inevitablemente, se aprovecha el primero que pasa. Entregas todo sin dejarte nada. Y cuando llega el momento en que esperas una palabra de aliento, un abrazo o simplemente una sonrisa te das de bruces con la realidad. Las personas no son lo que tu esperas.

Y conforme los días pasan, te prometes no volver a caer, juras y perjuras que será la última vez que alguien juegue con tus sentimientos y sueños. Llegó el día en que pensaste haberlo hecho bien. Todo había ido tan bien esos meses que parecía irreal. Pero cuando él entró por la puerta preguntando por ti, el alma se te cayo al piso, casi sentiste como se hizo añicos todo el empeño que pusiste en levantar muros a tu alrededor.

Dos años y tres meses. Eso se tardó el hijo de la chingada en volver. Apareció con la sonrisa reluciente y las manos suaves, hablándote como si nunca se hubiese largado, dejándote una sensación que no supiste manejar. Llegó como se fue la primera vez, sin aviso.

No estabas preparado para lo que vino después. Un simple «Hola», detrás del mostrador y la mano extendida no le fueron suficientes, se encaramó sobre la mesa de madera jalandote para con los labios fríos dejar un beso en tu mejilla. «Te espero», murmuró en tu oído. No contestaste pero él se quedó.

No podías quitarle la vista de encima. Para ti bien podrìa ser una alucinación por el estrés de mantener a flote un negocio en una época en la que los juguetes parecen caer en el olvido. Pero cada vez que lo escuchas suspirar y tocar los muñecos con sonido, la realidad vuelve. Si está ahí mirándote de reojo, divirtiéndose con tus sonrojos ante sus miradas.

Las horas se te pasan rápido, como cuando está por cumplirse el plazo de algo desagradable. Al bajar la cortina sientes su presencia detrás de ti, pensaste muchas veces en pedirle que se marchara ¿qué te detuvo? El quizás, la duda de si aún sus brazos se sentirán igual, la duda de si esta vez decidirá quedarse.

Cuando su pecho se pega a tu espalda y sus brazos te rodean, no se siente igual. No es como lo recuerdas, pero tampoco es una sensación desagradable. Suspiras y cuando estás forzandote a preguntar «¿te quedarás…?», sientes sus manos tirar del bajo de tu camisa. Gruñes y no sabes si es por impotencia o ganas. A este punto de la vida no te importa. Mañana tendrás tiempo de pensar, hoy te alejas lo suficiente solo para que saque la tela por encima de tu cabeza.

Con fuerza te aventó contra la cortina metálica. El ruido pareció no importarle, a ti se te olvido al sentir su lengua recorriendo con lascivia la piel de tu espalda. Dicen que recordar es volver a vivir, pero ni en tus más vívidos sueños recreaste con precisión su toque. La desesperación con que se desprende de su propia ropa y la tortura que es sentir su cuerpo aprisionandote.

Si alguién los hubiese visto diría que parecían un par de adolescentes arrancándose la ropa y a los que las ganas les consumían por dentro. Pero no era nada más que el tiempo sin verse. Forcejeaste para volverte y tenerle de frente, necesitabas ver su rostro. Deseabas besarle, ver esa sonrisa que precedía al instante en que arrodillado ante ti se metería tu pene en la boca.

Cuando, por fin después de casi un minuto de expectación y maldiciones contra tus pantalones, tocó con su lengua húmeda la piel desnuda. Al carajo se fueron los “nunca más”, que se largara las veces que fuera necesario, mientras al regresar te hiciera gritar.

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