I was very drunk when i wrote this.
Originalmente pensado para presentarse en la convocatoria de Escritoras Mexicanas 2019, antes de su «problema» de administración, motivo por el cuál decidí no enviarlo. Estúpidamente, este si cumplía todas las bases. Y mención especial a Ceci Tonks y J.J. Kastle por betearlo en su momento.
Quedaría poético decir que todo comenzó un verano, pero a este punto te preguntas: ¿realmente fue así? ¿o fue un invierno? ¿acaso duró más de una vida? Y no obtienes respuesta, la memoria es caprichosa. Tu no puedes escoger qué se quedará grabado a fuego y qué olvidarás, los recuerdos pueden ser como las alas de una mariposa o las pisadas de un gigante.
Las horas entre las paredes blancas y azules eran interminables, los murmullos de voces lejanas pican en la piel casi tanto como el frío que se adentra por las ventanas mal cerradas. Los ventanales apenas cubiertos por persianas mal colocadas daban una ilusión de privacidad que se rompía al escuchar la voz o el ronquido de la mujer de al lado. Estaban separadas sólo por una cortina pesada que en cualquier momento podía ser descorrida .
Pero ese sonido era y es inconfundible. Era una gota, cayendo una y otra vez justo encima de tu cabeza; a veces, por las noches, cuando despiertas entre pesadillas y los vistazos del pasado se te cuelan bajo la piel aún puedes escucharla caer, junto a su voz rasposa hablándote al oído.
Y las lágrimas aparecen, a veces de una en una o como un torrente que no puedes contener. La impotencia del recuerdo se apodera del presente y te inunda de “hubieras”, recordándote lo que pudo ser. Otras veces logras contenerlas, pero se te atoran en la garganta y envenenan tu día a día durante semanas, arrastrándote a recovecos de tu memoria que desearías poder olvidar.
Tu necedad de enterrarlo todo al fondo de la memoria algún día terminará por matarte lentamente. ¡Y lo sabes! También eres consciente de que, si alguien hubiese escuchado tus pensamientos esos días, podría pensar que eran crueles y egoístas, pero eran sinceros. Sólo querías que dejara de sufrir. Ella lo deseaba también.
Es por eso que, cuando sus ojos se clavaron en los tuyos durante el instante más largo de tu vida, cuando el enfermero llamaba al médico en turno y ella sostenía tu mano impidiéndote colocar el oxígeno en su rostro, no pudiste llorar y aceptaste que no podrías volver a verla sonreír.
Sabías que era en vano que le hablasen a alguien, que hicieran el intento de mantenerla a tu lado; ella ya no deseaba que fuese así, tu no deseabas que fuese así. Hacía tiempo que en tu interior le habías dicho adiós. ¿Que cuándo fue? No estás segura. Pudo ser cuando dejó de reír con esas carcajadas rotas por la vida, o cuando dejó insultar con su estilo tan original; tal vez fue después, en esas tardes en que prefería dormir a seguir despierta y ver las paredes que la rodeaban.
Puede incluso que fuese cuando recordaste que no era la primera vez que pasabas por la misma situación y solo deseaste que terminara pronto, que no se marchitara su vida lentamente como al final pasó. Incluso me atrevo a decir que le dijiste adiós cuando saliste corriendo el día que te suplico, con los ojos llenos de lágrimas, que la llevaras a casa y no pudiste hacerlo. Tal vez te despediste desde la primera vez que la viste llorar por no poderse parar de esa cama que la consumió poco a poco.
Y aquí estas hoy, observando su fotografía, esa donde tiene puesto un vestido azul y te tiene tomada de la mano… eras tan pequeña. La querías, la quieres tanto. En el fondo, no sabes si realmente pudiste decirle adiós como te aferraste a creer, porque cada vez que recuerdas ese instante sientes el frío del hospital calándote los huesos y la duda de si hiciste lo suficiente por ella martillando en la sien.
Su ausencia te roba el aire cuando menos lo esperas. Los recuerdos de sus risas fáciles, las tardes de pláticas interminables sentadas en la mesa de la cocina y el sabor de su comida te acompañarán por siempre; junto al reflejo de la luz en sus ojos vacíos que te devolvieron la mirada, cuando con la punta de los dedos bajaste sus párpados y le susurraste al oído, lo más bajito que pudiste un último… te quiero.
Abril 2019
Creo que ya sé cómo definir tus relatos (o por lo menos los que he leído): intensos. En tan poquitas palabras caben emociones bien fuertes. No lloré pero sí lo sentí mucho.
Ay oye no que sad