El líquido pegajoso le resbalaba entre los dedos dejando un río de carmín sobre su piel clara, tan parecida a la porcelana vieja de las muñecas de mamá, esas que rompió a pedazos azotando las cabezas contra el piso.
¿Por qué lo hizo? Ya no lo recuerda, pero tú sí, era la urgencia que le picaba bajo las uñas, el deseo de arrancarle un pedazo a la vida de un mordisco. Quería el sonido en sus oídos, los gritos rebotando en su cabeza y el sentimiento de dolor de un castigo atravesando su carne. Quería sentir ese instante de pánico que se anteponía al golpe y revoloteaba en su pecho como el augurio de sentimiento.
Ese fue siempre su problema, su necesidad.
¿Y el tuyo? Ser un cobarde, arrinconarte contra las paredes con sus gritos, observar morbosamente como metia las manos desnudas entre los tajos recién abiertos. Pudiste hacer algo más de una vez, pero preferiste ignorar, observar en silencio y ser cómplice de su necesidad. Escogiste el silencio.
Los recuerdos hoy están borrosos en tu memoria, la piel se te ha marchitado y los años cayeron encima de golpe en tu último cumpleaños, con la inminencia de la muerte que ronda cerca los remordimientos surgen y los ruidos más pequeños te hacen saltar en la cama.
Pero ¿Qué puedes hacer? El pasado es imborrable, por más que el recuerdo se desvanezca el sentimiento de culpa por no ser más que un observador pesará sobre tu conciencia hasta el último aliento. Y él, a él no le importará. Vendrá a verte cuando esos suceda, como todos los demás; y reirá cuando nadie pueda verlo, se reirá de ti y los sentimientos que cargaste contigo más de media vida.
Con la sonrisa jocosa que tanto odiaste, te dará el último adiós. Y ¿quién sabe? Tal vez ahora que tu no estas, alguien más ocupe tu lugar, observando, cubriendo y ayudando a saciar su necesidad.
TanitBenNajash
01/Octubre/2019